Sangre y rosas -OneShot Phinbella

Ha venido…

Me mira…

Me habla…

Me ha dejado devastada…

¿Tanto daño he de hacer a quien quiero por no herir a mi familia?

Quiero olvidar cada momento y cada asqueroso beso con el estúpido de su hermano, pero… ¿de verdad puedo? Siempre me han controlado, incluso habiendo encontrado el amor me obligan a deshacerme de ello.

-¡¡¡Isabella!!!

No contesto, dejo que el viento sea su única respuesta.

-¿¿Isabella?? ¿Qué sucede?

-Nada, solo quería acabar las cosas, ya sabes, bien.

¿En serio yo he sido capaz de mentir de esa manera tan horrible?

-¿Acabar las cosas? ¿A qué te refieres?

Mentir, tengo que seguir mintiendo.

-No seas ingenuo Phineas, ¡¡ya se acabo todo!! -No puedo seguir no quiero seguir. Porque si sigo hablando me odiara siempre -Ya no te amo, Ferb es mi novio, lo sabes, ¿no?

Dolor, mucho dolor.

Eso veo en sus ojos al mirarme.

Me he convertido en una gran actriz, la mejor de todas. Soy capaz de subir a un escenario, la vida, y con un cuchillo tras la espalda, mis palabras, enterrárselo a mí ser más querido, Phineas, sin que crea que no lo quiero matar.

No creo poder aguantar mucho más mintiéndole. Estoy a un paso de lanzarme a sus brazos, rozarle los labios con besos y llenarle la boca con mis suspiros y llantos. Con mis gemidos y lágrimas saladas.

Mira a su “hermano”. En sus ojos hay más que dolor. Ira, furia, rabia… impotencia. Impotencia al ver que un ser querido es arrebatado se su ser, casi arrancado a tirones, de su vida.

Ferb lo mira con burla y prepotencia. Tiene una sonrisa en su rostro, pero no es como a de Phineas, que es duce, alegre y tímida. Su risa tiene un deje de sorna cuando me habla de cosa cualquiera de la vida. No, no es igual que Ferb, quien, cuando ríe con sorna, es burla, burla por saber que nos hunde a los dos.

Somos Romeo y Julieta camuflados entre gente joven. Ferb, mis padres y los suyos, Capuleto y Montesco.

No quiero que se vaya.

-Phineas, tu chaqueta... Siento las malas costuras, pero… mi padre lo descubrió y bueno…

Coge la chaqueta y me agarra las manos disimuladamente, tratando que ese demonio de pelo verde no nos vea.

Me mira con suplica, pidiéndome con esos ojos azul marino que no lo haga, que no le diga ‘adiós’ para siempre.

Yo le miro suplicante. Estamos cerca, muy cerca. Suficiente para que él se incline y apenas roce su boca con la mía, despertando las mil y una sensaciones que despiertan en mi cuando me besa.
Pero no lo hace, no podemos. Él lo sabe.

-Isabella, no lo hagas, por favor, me matas, yo sé que me amas…

-Entonces no sabes nada -miento, mierda, joder... ¿por qué tengo que seguir mintiéndole? -No tires la chaqueta, me costó mucho coserla.

Me vuelvo, ante su mirada atónita llena de dolor.

Solo deseo que encuentre la nota en su bolsillo en cuanto se ponga los retazos de tela sobre su piel, ahora pálida.

No me odies por favor…

-No lo tiraría nunca -su voz me saca de, mi mente-. Cuando dejes de fingir hablemos.

Una risa con burla, se ríe de nosotros desde su lado del parque.

-Hermano, ¿crees que finge? Se besó conmigo.

-Televisión.

Yo esperaba que las palabras de Ferb mitigaran sus ganas de acercarse a mi y no volviese nunca más conmigo. Evitaría mucho dolor. Por eso mi sorpresa al oirlo asegurar, completamente convencido y con total entereza, que eso solo era una actuación.

¿Ahora que no puedo estar con él me tiene que recordar lo mucho que me gusta por ser tan listo?

-En camerinos -Consigue articular Ferb con dificultades al ver su plan derrumbarse- … en camerinos me besó… no sabes cómo besa cuando se apasiona, sus labios con un delicioso sabor fresa…

-¡¡Cereza!! -Le interrumpe el pelirojo. Continúa hablando- No te creo.

-Pues hazlo.

Lo siguiente que siento son unos asquerosos labios apretados contra los míos. Por desgracia, los reconozco. Ferb. No sé por qué mi corazón albergaba la esperanza de que fuera Phineas.

Correspondo al beso, completamente asqueada y esperando que no se note.

Cuando la unión se rompe tan bruscamente como llego, el autor te tan repulsivo beso sale, con una sonrisa de triunfo, tras su hermano.

Phineas, completamente abatido, solo dejo caer una rosa en cuanto vio la escena que montamos.

Él venía a quedarse conmigo.
Venía a darme la rosa y, quizá, a llenarme de besos en cuanto me hubiera recuperado.
Pero el hubiera no existe. Solo existe el dolor de un alma destrozada ante el irremediable futuro que le aguarda. Solo el sonido de un corazón de cristal al romper contra el suelo, no tan dispuesto a averiguar lo que el mañana le depara.

Cuando se alejan, me acerco a la rosa, la cojo y la aprieto contra mi pecho. Me dejo caer en el suelo, destrozada.
Aun sentada, con toda la falda de mi vestido esparramada, pasan por mi mente miles de recuerdos.

El vestido comienza a mancharse de rojo cuando ciño el tallo de la delicada flor a mis manos. Agarro tan fuerte que las espinas se clavan en las manos y la sangre no para de brotar. Igual que las lágrimas.

Pero no me duele, no más que mí huida de la vida de otra persona.

Ojalá encuentre la carta, pero de momento es un ‘adiós Phineas’.